Si no fuera por este dolor de cabeza…
…escribiría una entrada bien larga sobre el musical al que hemos ido esta noche: "The Full Monty". Contaría como hoy en la comida bromeábamos sobre si los actores serían capaces de ponerse en pelota bigarda delante del altamente conservador público de Lafayette, y que en dicho caso, las luces del teatro se apagarían "misteriosamente" en tan delicado momento. Curiosamente, eso fue exactamente lo que ocurrió: al mismo tiempo que los seis colegas se quitaban el sombrero que cubría sus partes pudendas, no sólo las luces frontales y laterales enmudecieron completamente, sino que unas potentes letras luminosas aparecieron desde detrás de éstos, con lo cual lo único visible eran sus siluetas.
Si no fuera porque la cabeza me está volviendo loco y las pastillas no hacen ningún efecto, comentaría que la adaptación del guión original para convertirlo en un musical centrado no en la sociedad británica, sino en la americana, ha sido todo un éxito: por de pronto, la obra transcurre en Buffalo (en el estado de Nueva York, una de las ciudades que comparte las cataratas del Niágara). Si habéis tenido la suerte de viajar por esa parte del mundo, daréis la razón a los que han recreado el musical en dicha urbe. Las referencias culturales sobre diferencias de nivel social, trabajos basura, raza, calidad de vida asociada a los aspectos anteriores, relaciones entre diferentes estratos sociales… todo ello precisa y preciosamente trasladado. Y el punto que fue mejor tratado: el vehículo por el cual los seis intrépidos héroes descubren que pueden organizarse seriamente para realmente llevar adelante el espectáculo. En dos palabras: "Michael Jordan".
En general, la obra habría sido un éxito rotundo de no ser por un par de detalles, el primero y más importante por supuesto que decidieron actuar cuando más me dolía la cabeza, sin importarles una mierda que no tuviera una mala aspirina que echarme al cuerpo. Otro detalle que no entendí demasiado bien es la necesidad de hacer tanto hincapié en la situación sentimental de los dos matrimonios, así como el hecho que todo queda solucionado y bien avenido al final en ese capítulo. Las escenas de la pareja gay quedan relegadas a un casi-beso y una canción compartida cuando, cogidos de la mano, lloran la muerte de la madre de uno de ellos. Tampoco se entiende que el detonante de esta comedia de errores, y principal fuente de situaciones dramáticas de la historia—la relación entre padre e hijo—haya sido reducida a una emotiva canción del papá al niño mientras este último dormía. De manera sutil se nos acelera al final de la obra para que oportunamente nos olvidemos de si también para los homosexuales y los padres divorciados hay perdices y codornices cuando termina el cuento.
No tuve mucha oportunidad de comentar con Tocayo sobre las diferencias y parecidos de este musical con la representación a la que él asistió en Barcelona. Es de esperar que las referencias culturales y sociales en la versión catalana (¿o fue en castellano?) estuvieran igualmente bien tratadas, y tengo una gran curiosidad por conocer dichos detalles. Le preguntaré mañana, si la cabeza me deja, e intentaré completar esta entrada oportunamente.
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