EsePrimo

2005-08-23

Telas de Araña

La última visita al Blue River, Corydon y los senderos inexplorados de los bosques del sur de Indiana. Y como suele suceder en cada ocasión, lo recóndito del paisaje y la ausencia de otros visitantes nos permiten disfrutar de forma inusual de la fauna local. Si en mayo las sorpresas venían de mano de tortugas, serpientes, ranas y garrapatas, en esta ocasión fuimos recibidos por bandadas de esquivos pavos salvajes, tropas de mariposas gigantes coprófagas, una garza juguetona, y sobre todo, arañas.

Los pavos, con un extraño plumaje grisáceo pero con el cuello completamente blanco, aparecieron con la puesta del sol según salíamos del bosque de O'Bannon. De cuatro en cuatro—supuestamente los padres y dos crías—asomaban lo justo por el borde de la carretera pero, en cuanto el coche estaba lo suficientemente cerca, desaparecían entre la maleza y los árboles. Con la garza juguetona, más de lo mismo: mientras bajábamos por el Blue River, observamos cómo este ave de un precioso plumaje azul presidía la margen del río sobre el tronco de un árbol recién caído. Intentando hacer el menor ruido posible, acercamos la canoa hasta estar a distancia apropiada para una foto o un vídeo… pero ya os podéis imaginar. La garza no estaba por la labor y, tras posar para nosotros una cantidad insuficiente de tiempo, alzaba el vuelo para tomar tierra apenas cien metros más abajo, y retarnos con la mirada: “¿Qué? ¿Queréis foto? ¡Pues a currárselo!”
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Lo de las mariposas no lo entiendo muy bien: posadas sobre un tronco, alrededor de lo que parecen heces de tortuga o nutria, dan la sensación de ser más bien una bandada de buitres currándose la carroña de un animal muerto. ¿Qué pensáis vosotros?


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Y por fin, la estrella del viaje. Empezamos un sendero en el bosque de O'Bannon, que cruzaba el cauce seco de un río, donde cierta tribu de indios locales bajaba a por piedras para encender fuego. Tras el cruce de este pedregal, uno entra en el bosque de Harrison-Crawford, y allí se mantiene durante la mayor parte del recorrido. Un precioso sendero, a trozos compartido por un trazado hípico. La dureza de las cuestas, lo frondoso del bosque en muchas ocasiones (con su consiguiente ausencia de luz solar), y lo recóndito de su localización, hacen de esta caminata una elección no muy popular, y por tanto el camino está poco trillado, y completamente a merced de los animales, principalmente de las arañas—las cuales en esta época del año están especialmente activas, sexualmente en especial. No es extraño, por tanto, tener que caminar gran parte del trayecto usando una fina rama que, a modo de látigo, aparta las incómodas telarañas que cubren por completo la superficie de los arbustos, y los espacios entre troncos. Sobre éstas, enormes arañas con los abdómenes engordados hasta cuatro veces el tamaño de sus cabezas. Y entre todas ellas, la reina del bosque: un precioso ejemplar de unos cinco a siete centímetros de diámetro (con las patas abiertas); la segunda en tamaño que he tenido el placer de ver en este país (la primera, por supuesto, aquella tarántula que se nos cruzó de camino al parque de las sequoyas, en California).

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